03 noviembre 2006

El chanchullo de la investigación del Gran Farma.

“Al mismo tiempo que ocultan estudios negativos, estas compañías lanzaron al mercado medicamentos que sabían que eran defectuosos de uno u otro modo. Todos estos fármacos han costado caro a los contribuyentes, sin mencionar los sufrimientos personales que han infligido.”

Durante los últimos seis años, diez medicamentos aprobados por la FDA [Administración de Drogas y Alimentos de los Estados Unidos (de Usamérica)] fueron retirados del mercado por causa de muertes y lesiones, lo que llevó a legisladores a acusar a la FDA de no cumplir con su tarea de protección del público contra drogas peligrosas y a pedir medidas de mejora.

El 20 de junio de 2006, el New York Times informó que “se espera que dos influyentes senadores presenten dentro de semanas una proposición legislativa que podría cambiar de manera drástica cómo los fármacos son probados y autorizados en USA.”

Los senadores relacionados con la proposición son Michael Enzi (republicano), presidente del Comité de Salud, Educación, Trabajo y Pensiones, y Ted Kennedy (demócrata), el principal demócrata en el comité.

“En términos amplios,” explica el artículo de Gardner Harris en el Times: “La ley requeriría que los fabricantes de medicamentes revelaran los resultados de todos los principales ensayos clínicos humanos de sus fármacos, conocidos como pruebas de la Fase 3 y la Fase 4; crearan un plan de administración de los riesgos para revelar y controlar cualesquiera problemas de seguridad que se presenten después de que un fármaco es aprobado; y que pagaran multas si no se ajustan a este plan, según cuatro expertos que fueron informados sobre las proposiciones.”

Sin embargo, mientras los legisladores tratan de asegurar que el Gran Farma no continúe ocultando reacciones adversas que aparecen durante los ensayos clínicos de fármacos” y de romper los vínculos entre los funcionarios de salud pública de la nación y el Gran Farma, el gobierno Bush sigue impulsando sus confortables relaciones y ayudando a que las compañías farmacéuticas escapen a la responsabilidad por su mal comportamiento.

El mejor ejemplo de los esfuerzos del gobierno por proteger al Gran Farma fue revelado recientemente cuando la FDA anunció una reglamentación preventiva que desestimaría los procesos en los tribunales estatales contra los fabricantes de fármacos si un medicamento ha sido aprobado por la FDA.

“Consideramos que si su compañía cumple con los procesos de la FDA, si presenta los beneficios y los riesgos de su fármaco, y si permite que su información sea evaluada a través de un proceso con científicos altamente capacitados, no debería ser cuestionada a posteriori por tribunales estatales que no tienen los mismos conocimientos científicos,” dijo el comisionado adjunto de la FDA para asuntos médicos y científicos, Scott Gottlieb.

Hay que reconocer que ciertamente la FDA no es la única agencia de salud pública que está metida con el Gran Farma. Nadie puede negar que el Gran Farma sea un corruptor que ofrece igualdad de oportunidades. Es obvio que las compañías farmacéuticas han infiltrado todas las agencias reguladoras federales de USA.

Por ejemplo, el 14 de junio de 2006, un investigador de Alzheimer del Instituto Nacional de Salud, el doctor Trey Sunderland, apeló a sus derechos según la Quinta Enmienda, y se negó a testificar ante el Comité de Energía y Comercio de la Cámara de Representantes sobre acusaciones de que se había beneficiado de la autorización que dio acceso a Pfizer a muestras de fluido espinal y plasma recolectadas por el INS.

Documentos presentados en la audiencia revelaron que entre 1996 y 2004, el doctor Sunderland aceptó pagos por consultoría, presentaciones y asesoría por un total de 612.000 dólares, y miembros del personal del comité calcularon que unos 285.000 dólares tuvieron que ver con 3.245 muestras tomadas de 538 pacientes que participaron como voluntarios en el INS.

A un precio de unos 12.000 dólares por paciente, el comité calcula el coste de recolectar las muestras que el doctor Sunderland entregó a Pfizer en cerca de 6,5 millones de dólares.

El comité también señaló que el doctor no solicitó aprobación previa a fin de trabajar para Pfizer, y que no informó sobre ninguna parte del ingreso a la agencia, como lo requieren las reglas del INS.

En realidad, en un cierto punto, el doctor Sunderland, al ser interrogado, dijo que no tenía arreglos económicos externos. Según LA Times del 22 de diciembre de 2004, la funcionaria de ética Olga Boikess notó en marzo de 2000, mientras controlaba informes financieros de científicos en el INS, que el doctor Sunderland no había declarado ningún trabajo para la industria, de modo que le envió un correo electrónico que decía: “Usted no mencionó ninguna posición externa.”

A lo que el doctor Sunderland replicó: “No tengo ninguna posición externa que señalar.”

Este caso se ha estado alargando durante años, pero es probable que el doctor no se haya preocupado demasiado, porque la historia muestra que cada vez que un legislador republicano se pone demasiado molesto en cuanto a rastros monetarios que conducen al INS, el Gran Farma simplemente ofrece suficiente dinero para inducirlo a abandonar el barco.

Hace un par de años, dos republicanos en poderosos comités se dieron vuelta la chaqueta poco después de que iniciaron investigaciones sobre conflictos de interés entre compañías farmacéuticas y empleados del INS.

El representante WJ "Billy" Tauzin (Republicano), presidente del Comité de Energía y Comercio de la Cámara de Representantes, había citado “honorarios de consultoría y opciones de compra de acciones de las compañías farmacéuticas” como motivos para solicitar documentación sobre pagos del Gran Farma a científicos del INS.

¿Y qué pasó? Tauzin anuncia que no se presentará a la reelección, y abandona el Congreso para ser presidente de los Investigadores y Fabricantes Farmacéuticos de USA, el gigantesco grupo empresarial que representa al Gran Farma, con 2 millones de dólares en salarios, prestaciones y beneficios extra.

Y luego fue el turno del representante James Greenwood (Republicano), que condujo 3 audiencias sobre conflictos de interés en el INS y criticó a la agencia por permitir que los científicos utilizaran una “silla giratoria” para tomar decisiones mientras recibían dinero de las compañías farmacéuticas.

Pero poco después, en julio de 2004, el representante Greenwood anuncia que renuncia a su puesto como presidente del subcomité de Energía y Comercio para jubilarse, sólo para convertirse en presidente de la Organización de la Industria Biotecnológica, un grupo que en el mismo año, exhortó a los legisladores a no prohibir que los científicos del INS participen en acuerdos pagados de consultoría.Un informe de la Oficina de Ética Gubernamental, publicado el mismo mes en el que el representante Greenwood anunció su “jubilación”, señaló que el INS estaba acosado por una “cultura indulgente” y reveló que un 40% de 155 pagos seleccionados al azar a empleados de la agencia analizados, no habían sido aprobados ni explicados dentro del INS.

La FDA sigue arriba en la lista por corrupción simplemente porque la FDA evalúa la seguridad y la efectividad de los fármacos y decide qué medicamentos pueden ser comercializados en USA.

Típicamente, como un primer paso hacia el proceso de aprobación, una compañía farmacéutica inicia pruebas de laboratorio para evaluar la efectividad y seguridad de un medicamento y si los ensayos clínicos de laboratorio tienen éxito, la compañía comienza a probar el fármaco con animales. La FDA no se involucra hasta que el fabricante pide permiso para probar el medicamento con seres humanos.

Cuando el medicamento llega a ese punto, el Centro de Evaluación e Investigación de Medicamentos de la FDA evalúa los resultados de laboratorio y de ensayos clínicos con animales antes de permitir algún estudio con seres humanos.

Una vez que un medicamento es aprobado para ensayos clínicos con seres humanos, se nombra un Consejo de Estudio Institucional (IRB, por sus siglas en inglés) para estudiar y controlar la investigación. Un IRB es compuesto generalmente por científicos, doctores y otros profesionales médicos externos y tiene autoridad para aprobar o desaprobar un estudio o solicitar modificaciones para asegurar la aprobación de la investigación.

El propósito de un IRB es asegurar que se adopten pasos adecuados para proteger los derechos y el bienestar de los sujetos humanos. Para ese fin, el IRB utiliza un proceso de grupo para estudiar los protocolos y materiales de investigación, como ser documentos de consenso informado y folletos de investigadores relacionados con la investigación.

En los últimos años, han aparecido serias dudas sobre la imparcialidad del proceso de revisión debido a que muchos de los asesores de la FDA que recomiendan la aprobación de un producto están al mismo tiempo empleados por la compañía farmacéutica que desarrolló el medicamento o tienen algún interés financiero vinculado a esa compañía.

Los críticos dicen que fármacos peligrosos están obteniendo aprobación gracias a estos conflictos de intereses. Por ejemplo, casi un tercio de los miembros del panel asesor que revisó los datos sobre Vioxx, Celebrex y Bextra, y votaron a favor de que se permitiera que los fármacos continuaran en el mercado, incluso después de que Vioxx fue retirado del mercado, tenían lazos financieros con los fabricantes de los medicamentos y sin sus votos, estos jamás habrían recibido un voto de aprobación.

Además, siguen apareciendo problemas en la industria privada de investigación. La industria ahora emplea a Organizaciones Contractuales de Investigación (CRO, por sus siglas en inglés), para realizar investigaciones.

Los críticos dicen que las CRO competidoras, amañan la investigación para favorecer la aprobación a fin de obtener más contratos. El financiamiento disponible es enorme. Según un comentario de MSNBC del 24 de marzo de 2006, de Arthur Caplan, director del Centro de Bioética de la Universidad de Pensilvania: “Compañías privadas que realizan estudios para las compañías fabricantes de fármacos y de dispositivos constituyen ahora una industria de 14.000 millones de dólares sólo en USA.”

Según John Abramson, instructor clínico en la Escuela de Medicina de Harvard, y autor de "Overdosed America": “Cuando fueron creados los consejos de revisión institucional [IRB, por sus siglas en inglés], la mayor parte de la investigación médica era realizada por las universidades y por instituciones sin fines de lucro.”

“De la misma manera, dice el señor Abramsom: “la supervisión de la seguridad de los voluntarios humanos en la mayoría de los estudios usamericanos ya no es realizada por IRB sin fines de lucro, sino por compañías de comprobación en busca de beneficios, contratadas directamente por compañías de investigación en busca de beneficios.

”Dice que, a su juicio, el sistema carece de los controles y contrapesos adecuados para proteger a los voluntarios humanos.

En el LA Times del 6 de abril de 2006, el señor Abramsom hizo una escandalosa revelación cuando dijo: “La FDA aprobó recientemente “estudios de fase 0” en los que puede darse a seres humanos dosis minúsculas de fármacos experimentales incluso antes de completar los estudios con animales.

”Un caso reciente en Gran Bretaña demuestra los peligros que podrían ocurrir en un estudio semejante. En marzo de 2006, seis hombres por lo demás saludables terminaron en condición crítica en un hospital londinense después de participar en una prueba de un nuevo medicamento anti-inflamatorio, llamado TGN1412, para tratar condiciones que tienen que ver con el sistema inmunológico, como ser leucemia, múltiple esclerosis y artritis reumatoide, realizada por la compañía basada en USA, Parexel International Corp, por cuenta del fabricante farmacéutico alemán TeGenero.

El más afectado de los seis hombres, Mohamed 'Nino' Abdelhady, llamado el Hombre Elefante por la extrema hinchazón de su cabeza, declaró el 5 de abril al Daily Mail que lo plagan las pesadillas.

Mientras todavía se recuperaba en el hospital, explicó lo que llegaba a recordar: “Comencé a sentirme enfermo,” dijo, “prácticamente en cuanto terminaron de inyectarme.”

“Me sentí como si tuviera piedras sobre mi cabeza,” recordó, “y debo haber comenzado a tener alucinaciones.”

“Ayúdenme,” dijo al periódico y gritó: “Me muero.”

Ryan Wilson, el hombre más críticamente enfermo, imploró a los médicos que lo mataran porque estaba desesperado de dolor. Advirtieron a su familia que fallaban su corazón, sus pulmones y sus riñones.

Su cuñada, Jo Brown, recordó el horrible momento cuando vieron al señor Wilson en terapia intensiva. Dijo a los periodistas que su cabeza se había hinchado a casi tres veces su tamaño normal, que su cuello era igual o más voluminoso que su cabeza y que su piel se había tornado color púrpura oscuro.

El señor Wilson continuó en coma durante tres semanas, y al despertarse supo que podría perder partes de los dedos de sus manos y pies, que se volvieron negros como reacción al medicamento.

“Me dicen que es como congelación y que mis dedos simplemente se caerían,” declaró recientemente al británico News of the World.

Además, el señor Wilson también sufrió de insuficiencia cardiaca, hepática y renal, septicemia, neumonía, y necrosis, y se estima que tiene mucha suerte de estar vivo, según News Target de 20 de mayo de 2006.

La investigación de Parexel fue de la etapa de Fase I, cuando un medicamento es probado en cuanto a su seguridad con un número limitado de personas que reciben una ínfima dosis bajo una supervisión cuidadosa, no para determinar si el fármaco funciona, sino para probar sus efectos adversos, según Preguntas y Respuestas sobre ensayos clínicos de medicamentos de BBC News de 16 de marzo de 2006.

Los expertos dicen que el reclutamiento de sujetos para el ensayo de Parexel dejó mucho que desear. El sitio en la red que anunció el reclutamiento apenas mencionó los riesgos potenciales, pero entró en muchos detalles sobre la buena paga, la comida gratis y “mucho tiempo para leer o estudiar o simplemente descansar, con TV digital, mesa de pool, juegos de vídeo, reproductor de DVD y acceso libre a Internet.”

Parexel también recluta colocando anuncios online o en periódicos locales donde, dicen los críticos, atraen la atención de jóvenes y pobres. Una vez registrados, los reclutas reciben a menudo ofertas automáticas. “Las ofertas llegan continuamente mediante mensajes de texto,” dijo Tom de Castella, un ex voluntario de Parexel, en la edición del 19 de marzo de 2006 de Times Online. "650 libras esterlinas por tres días aquí, 1.000 libras por una semana allá,” dijo.

Eticistas que han visto el formulario de consentimiento de Parecel, que supuestamente describe el experimento y sus riesgos, declararon a Bloomberg News: “El documento no informa suficientemente a los participantes sobre los posibles peligros de la terapia o describe adecuadamente el tratamiento como un fármaco nuevo que puede perturbar el sistema inmunológico del cuerpo.”

El formulario de 13 páginas también explotó la necesidad de dinero de los sujetos, dijeron, amenazando con retener el pago de 2.000 libras (3.500 dólares) si los hombres abandonaban el ensayo prematuramente.

Técnicas altamente discutibles de reclutamiento también ocurren en USA. El 29 de noviembre de 2005, en Texas, la reportera del canal 42 de CBS News Nanci Wilson, reveló antecedentes que mostraron que personal de hospitales psiquiátricos en Texas ayudaron a reclutar a pacientes para estudios de medicamentos experimentales no aprobados por la FDA.

En un hospital estatal en San Antonio, CBS News encontró 16 camas reservadas para permitir que las compañías farmacéuticas realicen estudios con pacientes psiquiátricos bajo cuidado estatal. CBS 42 pidió a la psiquiatra de Austin, Deborah Peel, que estudiara algunos de los antecedentes que obtuvo.

La doctora Peel dijo que la situación provocaba diversas dudas sobre si es un tratamiento moral y ético: “Esencialmente convierten a la población del hospital estatal en sujetos de investigación,” señaló.

Funcionarios del hospital de Texas afirman que los pacientes enfermos mentales dan un consentimiento informado al firmar un formulario detallado que describe los riesgos y beneficios de los participantes en el estudio. Pero la doctora Peel dice: “Considero que existen dudas reales sobre cuán informado puede ser su consentimiento bajo esas situaciones, porque no se trata de gente que tenga los medios para decidir si va a otro sitio para recibir tratamiento, y por lo tanto, existe un poderoso elemento de presión, de coerción que debe sentir.”

“Una vez más,” subraya la doctora Peel, “tenemos gente que carece de medios, que depende del sistema estatal, y el sistema estatal trabaja en relación estrecha con corporaciones privadas.”

En numerosos estudios, investigadores de CBS News determinaron que se había dejado de suministrar a los pacientes medicamentos que daban resultados y que, en el nuevo estudio, algunos pacientes recibieron el fármaco experimental mientras que otros recibieron un placebo.

Los críticos señalan que para pacientes que toman una nueva medicina, no existe garantía de que dará resultados, y que se desconocen los riesgos y los efectos a largo plazo: “El que se deje de suministrar una medicación cuando acaban de ser admitidos por una incapacidad funcional y podría haberse causado un daño para ellos u otros, me provoca serios reparos,” declaró la doctora Peel a CBC News.

Lo que es peor, dice, es que no informan a los pacientes si están tomando un placebo o un medicamento incluso cuando se les da de alta del hospital durante el estudio. Podrían desarrollar tendencias suicidas, dijo, o podrían dañar a otros.

La FDA ha ignorado durante años atrocidades en la investigación con la participación de sujetos enfermos mentales. En 1998, un estudio de datos sobre fármacos antisicóticos atípicos presentado a la FDA, obtenido según la Ley de Libertad de Información (FOIA, por sus siglas en inglés) por Robert Whitaker, reveló numerosos problemas de seguridad para sujetos que participaron en los ensayos.

El señor Whitaker estableció que entre 12.176 pacientes de USA y del exterior de la época en la que fueron presentados los datos, hubo 88 muertes, incluyendo 38 suicidios, lo que significa que hubo una proporción general de muertes de 1 de cada 138 pacientes, según su artículo en el Boston Globe del 17 de noviembre de 1998.

Se estableció que la tasa de suicidios en ensayos clínicos fue dos a cinco veces superior que la norma. En la literatura médica, informó el señor Whitaker, las tasas de suicidio para esquizofrénicos varían entre dos y tres muertes por 1.000 por año, mientras que la tasa en los ensayos clínicos fue de cerca de 10 por 1.000.

Además, estableció que en cuanto a tres de los fármacos aprobados en el estudio –Zyprexa, Risperdal, y Seroquel- un 60% de los 7,269 pacientes que recibieron los medicamentos abandonaron antes del fin del estudio, que duró típicamente entre seis y ocho semanas.

En los años noventa, la perspectiva de que fármacos antipsicóticos obtuvieran aprobación de la FDA, prometía un mercado importante para el Gran Farma y por ello las compañías farmacéuticas necesitaban reclutar rápidamente a sujetos para los ensayos. Y las compañías farmacéuticas estaban dispuestas a pagar altos precios a los investigadores por cada paciente reclutado. En el artículo en el Boston Globe, el señor Whitaker discute un caso criminal en Georgia que revela hasta dónde están dispuestos a llegar los investigadores para cumplir con sus objetivos de reclutamiento.

El doctor Richard Borison, presidente del departamento de psiquiatría de la Escuela de Medicina de Georgia, y Bruce Diamond, un farmacólogo de la escuela, eran predilectos en cuanto a fármacos para esquizofrenia y tenían un truco para reunir rápidamente pacientes sicóticos para ensayos clínicos financiados por Eli Lilly, Janssen, Zeneca y Novartis.

Como miembros de la facultad, Borison y Diamond supuestamente debían obtener la aprobación para la investigación y los pagos por los ensayos clínicos debían ir supuestamente a la escuela. Pero según las autoridades de Georgia, que acusaron al dúo a comienzos de 1997, éste comenzó a hacer que los fabricantes de fármacos le pagaran directamente a partir de 1989.

Simplemente abrieron una oficina frente a la escuela, contrataron a un servicio comercial para que realizara reseñas éticas de sus estudios, y colocaron a su personal en la nómina de la escuela, pero se guardaron todo el dinero para sí mismos.

Por increíble que parezca el sistema funcionó durante unos 7 años. De 1989 a 1996, Borison y Diamond ganaron más de 10 millones, incluyendo más de 4 millones por fármacos para la esquizofrenia, según la acusación y el testimonio durante una investigación por el Hospital Augusta de Asuntos de Veteranos, donde Borison era jefe de psiquiatría.

Además los individuos eran hábiles. Para reclutar a los pacientes, en su mayoría varones, contrataron a atractivas muchachas, que testificaron que recibían bonificaciones que ascendían a miles de dólares, y a una hasta le dieron un Honda Accord.

Para hallar a sus reclutas, buscaban a pacientes mentalmente enfermos en estado estable que vivían en la comunidad y les ofrecían 150 dólares para que se registraran en el Hospital de Veteranos a fin de que pudieran participar en el estudio. A los pacientes que ya estaban en salas aisladas, les ofrecían cigarrillos para que participaran.

Coordinadores del estudio, muchos de ellos sin capacitación médica, determinaban si un paciente era apto para un estudio. Según una investigación de la FDA, personal no-capacitado extrajo muestras de sangre y ajustó las dosis de los medicamentos, y Borison y Diamond casi nunca veían a los pacientes.

Pero los dos vivían como reyes, según las autoridades de Georgia. Extrajeron más de 5 millones de dólares en efectivo y valores, gastaron casi medio millón en antigüedades y manejaban vehículos Mercedes-Benz.

Pero, como dice el proverbio, todo lo bueno tiene su fin. En diciembre de 1997, Diamond se declaró culpable de robo y soborno y fue multado con 125.000 dólares, sentenciado a 5 años de prisión, y al pago de 1,1 millones de dólares a la universidad.

Borison se declaró culpable de robo y extorsión, fue sentenciado a 15 años de prisión, multado con 125.000 dólares, y al pago de 4,26 millones a la universidad.
Para excluir todo peligro, con el paso de los años, el Gran Farma también se acostumbró a corromper el poder judicial.

Por ejemplo, el doctor Bruce Levine, psicólogo clínico y autor de “World Gone Crazy”, relata una historia de cómo Eli Lilly corrompió el proceso judicial en un caso que comenzó en 1989 cuando Joseph Wesbecker abrió fuego en su antiguo lugar de trabajo, matando a 8 personas e hiriendo a 12 más, antes de suicidarse, un mes después de comenzar a tomar Prozac. Las víctimas del tiroteo demandaron a Eli Lilly, afirmando que Prozac había desequilibrado al individuo.

Ya es sabido desde hace tiempo que Prozac produce violencia en algunos pacientes, pero la FDA nunca exigió que Lilly mencionara la violencia en la etiqueta del fármaco. Pero resulta que cinco de los 9 miembros del panel asesor de la FDA que en 1991 investigó la asociación entre Prozac y la violencia y votaron contra una etiqueta de advertencia contra la violencia, tenían vínculos con el Gran Farma, y dos de ellos habían servido como investigadores jefe de estudios de Prozac financiados por Lilly.

El juicio de Wesbecker no tuvo lugar hasta 1994 pero, mientras tanto, según el doctor Lavine: “"Eli Lilly había estado llegando a arreglos en casos de violencia por Prozac tras puertas cerradas.”

En realidad, dice, más de 150 demandas por Prozac habían sido presentadas a fines de 1994, así que “era había que buscar un juicio espectacular que se pudiera ganar.”

Un componente crucial de la estrategia legal de las víctimas en el caso Wesbecker fue que el jurado escuchara la historia de imprudente desdén de Lilly hacia los consumidores, especialmente respecto al medicamento Oraflex, introducido en 1982, pero retirado del mercado 3 meses después.

“Una investigación del Departamento de Justicia de USA vinculó a Oraflex con el fallecimiento de más de 100 pacientes,” señala el doctor Lavine, “y concluyó que Lilly había engañado a la FDA.”

Lilly fue acusada finalmente por 25 puntos relacionados con la identificación incorrecta de efectos secundarios y se declaró culpable.

En el proceso Wesbecker, abogados de Lilly argumentaron que la información sobre Oraflex sería demasiado perjudicial para ser escuchada por el jurado y el juez estuvo inicialmente de acuerdo. Sin embargo, cuando los abogados de Lilly utilizaron a testigos para que testificaran sobre su espléndido sistema de colección y análisis de efectos secundarios, el juez dijo que Lilly había abierto la puerta para evidencia contraria y que por lo tanto permitiría que se introdujera información sobre Oraflex.

A pesar de todo, para estupefacción del juez, dice el doctor Lavine: “los abogados de las víctimas nunca presentaron la evidencia sobre Oraflex y Eli Lilly ganó el juicio.

”Más adelante se supo que Lilly logró corromper el proceso judicial en el caso al lograr un acuerdo secreto con los abogados de las víctimas para pagar a ellos y a sus clientes para que no presentaran la evidencia dañina sobre Oraflex.
Sin embargo, dice el doctor Lavine, el juez “olió algo sospechoso” y luchó para lograr una investigación, y en 1997, Lilly aceptó silenciosamente que se cambiara el veredicto de una victoria a “desestimado por haber sido resuelto.”

Los expertos legales están encontrando maneras de denunciar y castigar al Gran Farma por realizar investigación fraudulenta que no necesite la participación de las agencias regulatorias comprometidas de la nación. Barry Turner, profesor de derecho en la Escuela de Derecho en Leeds en el Reino Unido, es un gran partidario de la Ley de Afirmaciones Falsas en USA.

Como abogado académico, ha estado involucrado durante años en litigación respecto a las actividades de la industria farmacéutica y durante los últimos dos años, ha participado en la preparación de la litigación por Qui tam.

“Es fácil relacionar Qui Tam con los derechos humanos y temas de libertades cívicas,” dice el señor Turner. “Cuando el presidente Lincoln inició esta ley en 1863, fue porque soldados de la Unión iban al combate con botas y uniformes de pacotilla y equipados con rifles y munición que eran de tercera clase,” explica. “Todo porque ‘empresarios’ consideraban la guerra como una ocasión que había que aprovechar.”

"Qui tam," explica el señor Turner, “protege a los contribuyentes y ya que los ingresos tributarios son el alma de todo Estado, toda evasión de responsabilidad o el fraude deliberado de un contribuyente constituye un ataque contra todos los contribuyentes, y consecuentemente contra todos los ciudadanos.”

Qui tam, en su prolongada historia, dice, ha exigido cuentas a muchos pillos que robaron al contribuyente de USA y se basa en que el ciudadano individual pueda presentar denuncias en beneficio de otros ciudadanos y del país.

La más reciente Ley Sarbanes-Oxley of 2002 (SOX), fue promulgada después de los escándalos Enron y WorldCom, y apuntaba a restaurar la confianza del inversionista en los mercados financieros de la nación, mejorando la responsabilidad corporativa mediante cambios en el manejo y las prácticas contables de las corporaciones y la protección del informante para empleados de compañías cotizadas en la bolsa que denuncien fraudes.

SOX contiene una disposición sobre el informante civil y penal. La sección 806, crea una causa civil de acción para empleados que han sido objeto de represalias por informar, y la sección 1107 hace que sea un delito que alguien tome represalias a sabiendas o emprenda una acción dañina contra cualquier persona, incluyendo la interferencia con su empleo, por suministrar información verídica en relación con la perpetración o posible perpetración de un delito federal.
Según el señor Turner, SOX no se limita a los accionistas de una compañía. “Lo que hay que comprender,” dice, “es que muchos millones de personas que no poseen acciones son permanentemente defraudadas en estafas.”

“Los que contribuyen a fondos de pensión son vulnerables a chanchullos financieros, no sólo por parte de gerentes de los fondos sino de los consejos de administración de compañías,” explica, “y de los jefes de compañías que no controlan las políticas de compañías que en algunos casos alientan activamente el fraude y las prácticas empresariales irresponsables.”

SOX fue implementada para impedir esos chanchullos financieros, dice. Subraya que: “Los potentados podrán perder una pequeña parte de su parte en cualquier estafa, pero los de abajo pueden perderlo todo.

”Una de las características de SOX, señala, es la posibilidad de presentar una demanda contra los que manejan irresponsable y fraudulentamente el dinero de los accionistas. El Gran Farma, y su servil psiquiatría, señala, se basan en el fraude.

Por ejemplo, explica el señor Turner, el fraude de Ritalin consiste en identificar a millones de niños como casos perdidos sobre la base de una investigación fraudulenta y del consenso de los intereses creados.

“El fraude de los SSRI [antidepresivos inhibidores de la recaptación de serotonina, N.d.T.],” informa: “extiende la depresión al mundo de la experiencia humana normal para sobre-extender la comercialización de tratamientos a menudo inútiles y frecuentemente peligrosos.”

En otros casos, dice, mucha gente pobre y de edad carece de fármacos que pueden salvar su vida porque los presupuestos de Medicare y Medicaid son desangrados por compañías farmacéuticas para medicamentos ‘para todos’ que en muchos casos son superfluos.

“Incluso si hay alguna justificación para el uso de esos fármacos,” explica, “existe un impulso para aumentar constantemente la dosis por sobre el mínimo efectivo porque una “dosis mínima efectiva” significa para la compañía farmacéutica un beneficio mínimo efectivo.”

“Cuando se distrae dinero del suministro de una verdadera atención sanitaria, a una industria codiciosa de beneficios, que fabrica una enfermedad que corresponda al fármaco,” señala, “en lugar de suministrar medicamentos para enfermedades genuinas, se pone en máximo peligro los más esenciales derechos constitucionales: “Vida, Libertad y la Búsqueda de la Felicidad.”

Toda dosis innecesaria de Ritalin, Prozac, Paxil, y otros fármacos psiquiátricos, recetados y pagados con dólares del contribuyente, dice, priva a pacientes que dependen de los programas de salud pública, de medicamentos que necesitan para el cáncer, la diabetes, las enfermedades cardíacas y otras condiciones graves.

Además, señala el señor Turner: “la comercialización de esos fármacos y la definición cada vez más amplia del desorden psiquiátrico que forma parte de esta estrategia comercial, discrimina contra, y estigmatiza, a cientos de miles de ciudadanos usamericanos.

“Es, por cierto, una ironía dramática,” dice, “que en muchos de estos casos el contribuyente de USA financia una industria que actúa de un modo tan ajeno a los ideales de la Constitución de USA.”

En cuanto a la litigación, “a sabiendas” es definido como: (1) Conocimiento real de la información falsa; (2) Actuación que ignora deliberadamente la verdad o la falsedad de la información; o (3) Actuación con un menosprecio irresponsable de la verdad o la falsificación de la información.

Por lo tanto, según el señor Turner, “el que se induzca a la gente a invertir en compañías que emprenden actividades ilegales e irresponsables, constituye una violación de SOX.”

“El que se induzca a la gente a tomar grandes cantidades de fármacos de los que se sabe que son dañinos y que se oculten deliberadamente los peligros conocidos es una violación de SOX,” afirma.

“Un día este edificio se derrumbará,” dice, “¿y que dirán entonces los inversionistas en el ‘Gran Farma’?

A la luz del desastre de Vioxx, dice el señor Turner, tal vez deberíamos interrogar a los que invirtieron en Merck.

“Los que están arriba en esa compañía,” señala, “jugaron con las vidas de pacientes y el dinero de los accionistas con la misma mala fe, cuando se lanzaron a una conducta fraudulenta y deshonesta que permitió que se comercializara un fármaco peligroso.”

“Los que trafican en nuestras sociedades con medicamentos para enfermedades ficticias y promocionan medicinas peligrosas e inútiles para los niños” advierte “hacen precisamente esto.”

Merck actuó con un menosprecio irresponsable por la verdad, porque tenía conocimiento previo de los efectos adversos de Vioxx. Lo mismo vale para Eli Lilly y su conocimiento previo de la falta de eficacia de Prozac y el conocimiento previo de GlaxoSmithKline sobre la concepción suicida de Paxil.

Al mismo tiempo que ocultaban estudios negativos, estas compañías lanzaron al mercado fármacos de los que se sabía que eran defectuosos de uno u otro modo. Todos estos medicamentes han costado caro a los contribuyentes, aparte de los sufrimientos personales que han infligido de otras maneras.

Al considerar otros actos de fraude, el señor Turner consideró las obras benéficas patrocinadas por el Gran Farma, que se basan en la investigación fraudulenta, para ver qué leyes federales pueden estar violando.

“Ya que una serie de enfermedades imaginarias se basan en esta investigación amañada y ya que una serie de obras benéficas se basan en las ‘enfermedades imaginarias’ que resultaron de la investigación imaginaria,” dice, “basta con conectar los puntos.”

Como las obras benéficas reciben ventajas fiscales, dice, las obras benéficas fraudulentas defraudan a los contribuyentes.

“El fraude en esta industria no se divide entre lo que lesiona por sobre-dosificación y lo que estafa a los contribuyentes y a los accionistas al quitarles su dinero,” explica. “Son las dos caras de la misma moneda falsa.”

El señor Turner dice que debemos encararlas en conjunto, y que los abogados en USA deberían buscar activamente clientes que han perdido dinero debido a estos fraudes y presentar ahora mismo el caso ante la Comisión de Valores de USA [SEC].

En “Lawyers and Settlements” se encuentra información para partes afectadas:
Fuente: by courtesy & © 2006 Evelyn Pringle

Por Evelyn Pringle.
Traducido por Germán Leyens.

¡¡¡Estremecedor!!!. Cabe suponer que en España pasa más de lo mismo, como mínimo. ¡Hasta se denuncia en la serie de Tele5 "Hospital Central"!

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El Gran Farma.

John Le Carré, espía al servicio de su Majestad británica durante su juventud y autor de éxito de novelas de espionaje en su madurez, analiza en este artículo el asombroso poder de la industria farmacéutica y lo señala como uno de los ejemplos más elocuentes de lo que él considera el gobierno de las grandes corporaciones económicas. Arguye que su enorme capacidad de hacer el bien se ha visto apagada por su lado más oscuro: la corrupción, la avaricia y la hipocresía que la rodean. La prepotencia de estas gigantescas transnacionales forma parte de la trama de la última novela de Le Carré que Plaza y Janés pondrá a la venta en España en la primera quincena de marzo.

Los tiempos han cambiado desde la guerra fría, pero ni la mitad de lo que nos gustaría creer. La guerra fría ofrecía la excusa perfecta a los Gobiernos occidentales para saquear y explotar el Tercer Mundo en nombre de la libertad; para amañar sus elecciones, sobornar a sus políticos, nombrar a sus tiranos y, utilizando los más complejos instrumentos de persuasión e injerencia, detener la aparición de las jóvenes democracias en nombre de la democracia.

Y mientras actuaban así -ya fuera en el sureste asiático, Centroamérica y Suramérica o África- fue tomando cuerpo una idea ridícula con la que seguimos cargando hoy. Es una noción muy querida tanto para conservadores como, en mi país, el Reino Unido, para el nuevo laborismo. Una idea que convierte en hermanos siameses a Tony Blair, Margaret Thatcher, Ronald Reagan, Bill Clinton y George W. Bush. Se trata de la convicción de que, hagan lo que hagan las grandes empresas comerciales a corto plazo, en última instancia se mueven por razones éticas y, por consiguiente, su influencia es beneficiosa para el mundo. Y cualquiera que piense lo contrario es un hereje neocomunista.

En nombre de esta teoría contemplamos, aparentemente sin poder hacer nada, cómo desaparecen cada año millones de kilómetros cuadrados de selvas tropicales, las comunidades agrícolas nativas se ven sistemáticamente despojadas de sus formas de vida, desplazadas y sin hogar, se ahorca a los que protestan y se dispara contra ellos, se invaden y profanan los rincones más encantadores del mundo y los paraísos tropicales se convierten en páramos en descomposición, cuyo centro lo ocupan megalópolis desmesuradas e infestadas de enfermedades.

Cuando empezaba a buscar una historia que ilustrase este argumento para mi última novela, me pareció que el ejemplo más elocuente de todos estos crímenes del capitalismo salvaje me lo ofrecía la industria farmacéutica. Podría haber abordado el escándalo del tabaco con aditivos, elaborado por los fabricantes occidentales para producir adicción y, de paso, cáncer en comunidades del Tercer Mundo ya asoladas por el sida, la tuberculosis, la malaria y la pobreza en una medida que pocos de nosotros podemos imaginar.

Podría haberme ocupado de las compañías petroleras y la impunidad con la que Shell, por ejemplo, desencadenó una inmensa catástrofe humana en Nigeria al desplazar a tribus, contaminar su tierra y provocar un levantamiento que desembocó en juicios irregulares y la vergonzosa tortura y ejecución de hombres muy valientes a manos de un régimen totalitario perverso y corrupto.

Sin embargo, el mundo de las multinacionales farmacéuticas me atrapó al entrar en él, y ya no pude dejarlo. El Gran Farma, como se lo conoce, tenía de todo: las esperanzas y los sueños que depositamos en él; su enorme potencial -en parte llevado a la práctica- de hacer el bien, y su lado más oscuro, alimentado por inmensas cantidades de dinero, una hipocresía rampante, corrupción y avaricia.

Cuando llevaba sólo un par de días investigando el Gran Farma oí hablar del frenético reclutamiento de voluntarios del Tercer Mundo como conejillos de Indias baratos. Su papel, aunque quizá nunca lo sepan, es el de experimentar fármacos cuyas pruebas no se han aprobado todavía en Estados Unidos, y que ellos no podrán jamás comprar, incluso aunque las pruebas den -que está por verse- resultados razonablemente seguros. Después, esas personas desaparecen. Los voluntarios, por cierto, resultan caros. En Estados Unidos cuesta una media de 10.000 dólares por paciente realizar una prueba clínica; en Rusia cuesta 3.000 dólares, y en las regiones más pobres del mundo, todavía menos.

También descubrí que el Gran Farma norteamericano había convencido al Departamento de Estado de que amenazara a los Gobiernos de los países pobres con sanciones comerciales para impedir que fabricasen sus propias formas baratas de esos fármacos vitales y patentados que podrían aliviar la agonía de los 35 millones de hombres, mujeres y niños seropositivos del Tercer Mundo; el 80% de ellos, en el África subsahariana. En la jerga farmacéutica, esos medicamentos de imitación y no patentados se llaman genéricos. Al Gran Farma le gusta criticarlos sin reparos, con la insistencia en que no son seguros y se administran de forma descuidada, pero la realidad demuestra que no es cierta ninguna de las dos cosas. Sencillamente, salvan las mismas vidas que podría salvar el Gran Farma, pero a un coste mucho menor.

Por otro lado, el Gran Farma no inventó esos fármacos salvadores que después ha patentado y a los que ha dado un precio arbitrario y excesivo. Los antirretrovíricos los descubrieron, en su mayor parte, proyectos de investigación norteamericanos financiados con fondos públicos y dedicados a estudiar otras enfermedades, y sólo posteriormente se confiaron a las compañías farmacéuticas para su comercialización y explotación. Una vez que las multinacionales se hicieron con las patentes, decidieron cobrar lo que supusieron que un mercado occidental desesperado por el sida podría soportar: entre 12.000 y 15.000 dólares anuales para unos compuestos cuya fabricación sólo cuesta unos cientos. Se asignó un precio y Occidente, en general, se lo tragó. Nadie dijo que era un abuso de confianza a gran escala. Nadie señaló que África tiene el 80% de los pacientes de sida de todo el mundo, pero sólo el 1% del mercado del Gran Farma.

¿Qué es lo que oigo? ¿La vieja y manida excusa de las farmacéuticas de que necesitan tener grandes beneficios con un fármaco para poder financiar la investigación y el desarrollo de otros? Entonces, que alguien me diga, por favor, ¿cómo es que invierten el doble en comercialización que en investigación y desarrollo?

También oí hablar de la costumbre de librarse de medicamentos inadecuados o pasados de fecha mediante las donaciones caritativas, para quitarse de encima las reservas imposibles de vender, evitar los costes de la destrucción y obtener beneficios fiscales. Y me enteré de que se amplían deliberadamente las especificaciones de un medicamento para poder tener más mercado en el Tercer Mundo. Así, por ejemplo, un fármaco que en Europa occidental o Estados Unidos sólo tendría autorización para dolores extremos en casos de cáncer, en Nairobi puede venderse como simple remedio contra el dolor de cabeza, y a un precio varias veces superior al de París o Nueva York. Y lo más probable es que no figure ninguna contraindicación.

Luego, además, está el propio asunto de las patentes. Un compuesto puede tener una docena o más de patentes. Se patenta el proceso de fabricación. Se patenta el método de administración: pastillas, líquido o suero. Se patenta la dosificación, que puede ser diaria, semanal o quincenal: cada una puede generar otra nueva patente. Se patenta, si es posible, cada paso insignificante en la vida del fármaco, desde el laboratorio hasta el paciente. Y, por cada día que la compañía logra mantener a raya al fabricante de genéricos, gana una fortuna, porque el margen de beneficios, mientras tiene la patente en sus manos, es astronómico.

Pero el Gran Farma tiene planeado algo más, algo que, a largo plazo, podría ser más catastrófico que todo lo anterior. Está empeñado en la corrupción consciente y sistemática de la profesión médica, país por país, en todo el mundo. Está invirtiendo una fortuna en influir, contratar y comprar las opiniones científicas, hasta el punto de que, de aquí a unos años, si prosigue su camino sin que nadie le controle, será difícil encontrar un juicio médico imparcial.

¿Alguna vez se nos ocurre preguntar a nuestro médico de cabecera -en Gran Bretaña, Estados Unidos, Canadá, Alemania, Italia, Francia, España o Portugal-, cuando nos receta una medicina, si la compañía farmacéutica le paga para que la recete? Por supuesto que no. Estamos pensando en nuestro hijo. En nuestra esposa. En nuestro corazón, o nuestro riñón, o nuestra próstata. Y por ahora, gracias a Dios, la mayoría de los médicos rechazan el cebo. Pero otros no, y la consecuencia es, en los peores casos, que sus opiniones médicas no pertenecen a sus pacientes, sino a sus patrocinadores.

En Portugal, hace poco, un empleado del gigante farmacéutico alemán Bayer dio a los periódicos los nombres de 2.500 médicos a los que, aseguraba, se les pagaba para que recetasen los fármacos de la compañía. Se llama Pequito. A pesar de la protección de la policía, Pequito ha sido apuñalado dos veces en el curso de pocos meses. Tras el segundo ataque necesitó 70 puntos.

¿Alguna vez pedimos a nuestros Gobiernos que nos digan qué pagos en dinero y en especie ofrecen las compañías farmacéuticas a médicos de familia, cirujanos y especialistas? ¿Los seminarios y cursillos de formación en lugares de vacaciones, con viaje pagado para ellos y sus parejas y, ya de paso, también el alojamiento? Me han dicho que los preferidos son los que más recetan. Y, si no recetan mucho cuando llegan, es de esperar que lo hagan cuando regresen.
¿Alguna vez le preguntamos a nuestro farmacéutico, cuando nos da el último medicamento contra el dolor, todo nuevo y poderoso, por qué cuesta seis veces más que un bote de aspirinas y qué hace exactamente que la aspirina no pueda hacer?

Cuando nuestro tío tiene que someterse a una operación para sustituirle la cadera, ¿le preguntamos al cirujano: '¿Por qué esta cadera artificial en concreto? ¿Le dan una comisión, unas vacaciones gratis?'. Claro que no. Estamos demasiado inseguros, tenemos demasiado miedo, somos demasiado perezosos y educados.

¿Alguna vez nos detenemos a preguntarnos, en Gran Bretaña, cuántos miembros de los denominados comités de vigilancia que examinan la seguridad y la selección del Servicio Nacional de Salud tienen vínculos con las compañías farmacéuticas? Un tercio del comité británico para la seguridad en las medicinas ha declarado tener vínculos económicos con empresas farmacéuticas sobre cuyos productos deben emitir una opinión. En caso de posible parcialidad es el presidente del comité quien debe decidir. ¿Le tranquiliza este sistema a la opinión pública? ¿Es un método seguro contra el ejército creciente de vendedores, grupos de presión y compradores de influencia que infestan el mundo de la medicina? A ver quién se atreve a decir nada. Una decisión reciente del Ministerio de Salud británico prevé la posibilidad de que en los hospitales puedan recetar fármacos las enfermeras. ¿También ellas estarán sujetas a las presiones comerciales?

Y pensemos qué ocurre con la investigación médica académica, supuestamente imparcial, cuando los gigantes farmacéuticos hacen donación de edificios enteros para biotecnología y dotan cátedras en las universidades y los hospitales en los que se prueban y desarrollan sus productos. En los últimos años ha habido un goteo de casos alarmantes a propósito de hallazgos incómodos que se han suprimido o se han reelaborado, y a cuyos responsables se les ha acosado hasta echarles de sus centros, después de arruinar sistemáticamente sus reputaciones profesionales y personales mediante las maquinaciones de departamentos de relaciones públicas a sueldo de las farmacéuticas. En mi novela The Constant Gardener he unido varios de estos desafortunados casos en una persona a la que he dado el nombre de Lara. Lara es una investigadora química en Canadá, perseguida por la empresa farmacéutica que la contrató y por los colegas científicos cuyo pan, como el de ella, depende de la compañía.

El último bastión, cabría razonablemente esperar, debería ser el de las publicaciones científicas objetivas. Sin embargo, también aquí, por desgracia, tenemos que ser precavidos, como lo son ellas. The New England Journal of Medicine, la publicación más prestigiosa de Estados Unidos, confesaba recientemente, con pesar, haber descubierto que varios de sus colaboradores tienen conexiones no confesadas con la industria farmacéutica. Otras revistas menos poderosas, que no tienen ni la influencia ni los recursos para investigar los intereses ocultos de sus colaboradores, se han convertido quizá en poco más que escaparates para las empresas que quieren dar publicidad a sus productos. Y se sabe de más de un creador de opinión -es decir, catedrático de investigación- que ha prestado su nombre a un artículo que había escrito por él en la empresa.

La prensa general, por el contrario, ha empezado a prestar al público un servicio mucho mejor que antes, sobre todo en Estados Unidos. El año pasado, una investigación de once meses llevada a cabo por The Washington Post sobre las conductas incorrectas de compañías farmacéuticas estadounidenses y multinacionales en países pobres culminó con una serie de artículos demoledores que deberían proporcionar a sus autores un Premio Pulitzer, el agradecimiento de todas las personas decentes y el odio descarnado de la industria. Una de sus consecuencias inmediatas fue la creación de un comité nacional para supervisar las actividades de dichas compañías en el extranjero.

Otro artículo reciente, asimismo espléndido, de Tina Rosenberg en The New York Times Magazine ponía a Brasil como modelo, con razón, y nos mostraba las restricciones legales al control de las compañías farmacéuticas sobre sus propias patentes. En pocas palabras, Brasil ha dado más importancia a la supervivencia de su pueblo que a las quejas y protestas del Gran Farma. Ha fabricado sus propios antirretrovíricos a un precio de 700 dólares por el suministro de un año, frente a los 10.000, como mínimo, de las versiones patentadas. Y los está repartiendo a cualquier brasileño que los necesite, pueda pagarlos o no. Y el Gran Farma no ha ido corriendo y gritando a pedir ayuda a sus abogados y defensores o al Departamento de Estado norteamericano, sino que ha encajado el golpe y ha bajado sus precios para poder competir. A lo mejor resulta, después de todo, que las farmacéuticas no son tan poderosas como se creen. Desgraciadamente, con George W. Bush no es muy probable que lo averigüemos.

George W. Bush llegó al poder apoyado por una serie de gentes llenas de codicia, entre ellas el Gran Farma, que donó millones para su campaña, más del doble de la cantidad que dio a los demócratas. Varios de los padrinos y abuelos que crearon y promovieron a George W. tienen vínculos muy íntimos con la industria farmacéutica. Al acercarse al final de su segundo mandato, Clinton había aprendido a resistir frente a las presiones del Gran Farma -cuyo lobby cuenta con una financiación anual de 75 millones de dólares- y empezó a defender la distribución de fármacos genéricos contra el sida a la población del Tercer Mundo, que está muriéndose a millones por carecer de ellos. Sin embargo, todo parece indicar que George W. se ha comprometido a dar marcha atrás y volver al punto de partida.

¿Siguen los Gobiernos al frente de los países? ¿Siguen los presidentes al frente de los Gobiernos? En la guerra fría corría una frase en Berlín: 'Perdieron los buenos, pero ganaron los malos'. Durante un instante, a principios de los noventa, pudo suceder algo maravilloso: un plan Marshall, una reconciliación generosa de viejos enemigos, una reconstrucción de alianzas y, para el Tercer Mundo y el Cuarto, un compromiso de enfrentarse a los verdaderos enemigos de la humanidad: el hambre, las enfermedades, la pobreza, la destrucción ambiental, el despotismo y el colonialismo, bajo todas sus acepciones.

Pero ese deseo iluso contaba con que las naciones adelantadas hablasen como naciones adelantadas, no como portavoces contratados por empresas multinacionales y multimillonarias que consideran que la explotación de los enfermos y moribundos de la Tierra es un deber sagrado para con sus accionistas. Todo parece indicar que George W. Bush apoya a esas empresas. Mejor dicho, ellas le apoyan a él. Tina Rosenberg, en su artículo de The New York Times, proponía una de esas soluciones tan extraordinariamente sencillas que, por supuesto, son demasiado obvias y lógicas para que los burócratas de la salud de la comunidad mundial las consideren aceptables: que la Organización Mundial de la Salud se enfrente al sida en el mundo de la misma forma que el Unicef ha abordado las vacunaciones, una práctica que salva tres millones de vidas al año y previene enfermedades devastadoras en decenas de millones de personas. Rosenberg calculaba que el coste sería de unos 3.000 millones de dólares, una cifra -sugería- no demasiado terrible si de lo que se trata es de evitar el derrumbe de un continente.

Podría haber añadido -y tal vez lo hizo mentalmente- que la capitalización de mercado de una sola de las grandes compañías farmacéuticas, Pfizer, asciende a cientos de miles de millones de dólares.

Por John Le Carré.
Es curioso, este artículo se publicó en El País en el año 2001. Ha pasado mucho tiempo y aparentemente poco ha cambiado la situación de la industria farmacéutica; si acaso, a peor (para nosotros los mortales, claro).

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02 noviembre 2006

La globalización neoliberal ha convertido la enfermedad en un negocio.

La industria farmacéutica ha convertido la enfermedad en un negocio. La globalización ha permitido el desarrollo de una nueva forma de poder, la farmacocracia, capaz de decidir qué enfermedades y qué enfermos merecen cura. El 90% del presupuesto dedicado por las farmacéuticas para la investigación y el desarrollo de nuevos medicamentos está destinado a enfermedades que padecen un 10% de la población mundial.

A pesar de que la ayuda internacional ha aumentado y los precios de los medicamentos han descendido en las últimas décadas, un tercio de la población mundial carece de los cuidados médicos adecuados. La codicia de las multinacionales farmacéuticas, las trabas burocráticas, los aranceles, y la corrupción de los propios gobiernos de los países empobrecidos hacen que más de 2.000 millones de personas se vean privadas de su derecho a la salud.

Millones de personas en Asia, Africa y Sudamérica sufren las llamadas enfermedades olvidadas, según la Organización Mundial de la Salud (OMS). Enfermedades como la filiarsis linfática, el dengue hemorrágico, la enfermedad del sueño, la oncocercosis o el mal de chagas, que afectan a más de 750 millones de personas y acaban con la vida de más de medio millón cada año. Enfermedades causadas en general por parásitos, transmitidas por medio de agua insalubre o por picaduras de insectos. Pandemias que caen en el olvido porque sólo afectan a las comunidades más pobres, víctimas que no tienen el dinero suficiente para pagar un tratamiento que es muy caro, ineficaz o, en muchas ocasiones, inexistente.

En la prestigiosa revista Foreign Policy se publica un reportaje titulado medicina rebelde en el que se narran diferentes historias de médicos valientes que, cansados por la situación, tratan de encontrar solución a las enfermedades olvidadas. Una de ellas es la del profesor Chaisson, un científico que ha estudiado la tuberculosis durante las dos últimas décadas.

Desde el descubrimiento de los antibióticos, hace más de 50 años, la tuberculosis ha dejado de ser una enfermedad incurable en los países desarrollados, pero aún afecta a más de 14 millones de personas en los países empobrecidos. El profesor Chaisson descubrió que el moxifloxacin, un antibiótico desarrollado por Bayer para combatir la neumonía, acababa con las bacterias de la tuberculosis. Después de probar con ratas la eficacia de este medicamento llamó a Bayer para recibir los permisos necesarios para experimentar el moxifloxacin con pacientes humanos. Nadie le cogió el teléfono, así que decidió ir a la Agencia del Medicamento Estadounidense (FDA) y entregar sus estudios grapados al package insert- documento con información sobre las propiedades y la composición de los medicamentos- que Bayer había entregado en la propia FDA en 1998 para que autorizase el moxifloxacin como tratamiento contra la neumonía. Chaisson recibió la autorización de la FDA y una ayuda de 1,3 millones de dólares para realizar sus ensayos con enfermos en Brasil. Bayer alega que se necesitaba un estudio a largo plazo que diese las garantías suficientes de calidad y eficacia, según sus propias investigaciones, el moxifloxacin necesitaba combinarse con otras medicinas para actuar contra la tuberculosis.

Chaisson sigue pensando que si Bayer hubiera catalogado este antibiótico para la lucha contra la tuberculosis, muchos médicos hubieran dejado de emplearla para enfermedades como la neumonía.

Al ser organizaciones empresariales que necesitan rentabilizar sus investigaciones y sus productos, las farmacéuticas han convertido la salud en algo por lo que se debe pagar. Si gastan tiempo y dinero tienen que ver su trabajo reflejado en balances con exageradas cifras positivas.
El caso del sida es un claro ejemplo de la diferencia que se les da a unas enfermedades o a otras según el nivel adquisitivo de quienes la padecen. En sus inicios, fue una enfermedad mortal de la que pocos habían escuchado hablar. Pero cuando comenzó a afectar a personas de los países desarrollados con capacidad de hacerse escuchar, asociarse y reclamar su derecho a la salud, las farmacéuticas desarrollaron medicamentos que convierten al Sida en una enfermedad crónica y no mortal. Aún así, más de cinco millones de personas mueren cada año por el VIH; la mayoría de los enfermos- nueve de cada diez infectados viven en países empobrecidos- no pueden pagarse los tratamientos adecuados.La vacuna del Sida podría llevar años encerrada bajo llave en la caja fuerte de alguna multinacional farmacéutica. Para ninguna sería rentable comercializarla, sobre todo si tenemos en cuenta que las personas que están más expuestas a esta enfermedad no podrían pagarla y que los enfermos de los países desarrollados ya pagan importantes sumas de dinero para pagar su tratamiento. Hasta en el mundo de los negocios existe una ética que no se puede olvidar, máxime en el campo de la salud, del dolor y de la enfermedad.

Por Alberto Sierra.

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El manual DSM criticado por sus nexos con las compañías farmacéuticas.

Recientemente, noticias importantes en diarios como The New York Times, USA Today y The Wall Street Journal publicaron artículos denunciando el hecho que los psiquiatras que deciden qué “enfermedades mentales” son incluidas en el Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM por sus siglas en inglés), publicado por la Asociación Psiquiátrica Americana (APA), tienen nexos con las compañías que manufacturan psicofármacos para “tratar” estos trastornos.

Condiciones que se “votan en existencia”

El DSM ha crecido de tan sólo 119 conductas en 1968 a 886 en su última edición e incluye categorías tan amplias que cualquiera puede ser diagnosticado de “mentalmente enfermo.”
A diferencia de otras enfermedades medicas, no hay prueba objetiva de ningún químico o causa biológica de ningún trastorno del DSM. No obstante, miles de millones de dólares en drogas psiquiátricas son recetados para “tratar” estas condiciones cada año —condiciones que comprenden síntomas que los psiquiatras, literalmente, votan para incluirlos en el DSM.

El nexo DSM-compañía farmacéutica

Puede parecer difícil de creer cómo es que tanto psicotrópico (droga que altera la mente) puede recetarse para tratar condiciones que no existen físicamente —hasta que uno se percata que la misma gente que define los “trastornos” tiene nexos financieros con las compañías farmacéuticas.

Un estudio publicado este abril de 2006 en Psychotherapy and Psychosomatics reveló la relación incestuosa entre la industria farmacéutica y el DSM. Lisa Cosgrove, psicóloga de la Universidad de Massachussets, y Sheldon Krimsky, profesor en la Universidad Tufts, realizaron un estudio titulado “Nexos Financieros entre los Miembros del Panel del DSM-IV y la Industria Farmacéutica.”

El estudio reveló que más de la mitad de los 170 miembros del panel responsables del DSM tenían nexos financieros ocultos con la industria. Más alarmante aún es que el 100 por ciento de los “expertos” de los panales sobre el rubro de trastornos de la personalidad del DSM estaban involucrados con la industria de drogas lícitas.

Los “trastornos de la personalidad”, que incluyen la “depresión”, el trastorno “bipolar” y al “esquizofrenia” son tratados con la más grande venta de drogas del mundo: en 2004 las ventas ascendieron a $20.3 mil millones de dólares para antidepresivos y $14.4 mil millones para los llamados neurolépticos.

El estudio también mostró que en 2003 la industria le dio $7.5 millones a la revista de la APA en publicidad, incrementando esa cantidad el 22% en un año hasta $9.1 millones.

La doctora Cosgrove dijo que el público “está inconsciente de qué tan flagrante es el nexo financiero en el campo de la psiquiatría” hacia la industria.

FDA-cabala farmacéutica psiquiátrica

El público tampoco está consciente de los nexos entre la Administración de Alimentos y Medicinas (FDA en sus siglas en inglés) con la industria. El renombrado grupo de “tanques pensantes” de Washington llamado Public Citizen realizó un estudio subsecuente que determinó que el comité consultor de miembros de la FDA también tenían nexos con la industria.

Esto hace que los resultados de la doctora Cosgrove sean todavía más preocupantes dado que, como asevera, la FDA “no aprobará un psicofármaco para tratar enfermedad mental a menos de que la condición exista en el DSM. Las compañías de psicofármacos pueden así venderlos a los consumidores”.

No existen pruebas de sangre para condiciones inventadas

En las entrevistas de los medios de comunicación, la doctora Cosgrove confirmó que CCHR y otros han estado declarando por décadas que “No existen pruebas de sangre sobre los trastornos del DSM. Estos se basan en juicios de practicantes que, a su vez, se basan en ese manual.

”Se hicieron críticas al DSM en otro estudio en la revista Public Library of Science, publicada por una asociación civil, que acusó a la industria de "traficante de enfermedades", inventado enfermedades tales como "síndrome de las piernas inquietas," "trastorno de ansiedad social" y "Trastorno premenstrual deprimente."

Dra. Lisa Cosgrove, University of Massachusetts, Boston.

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Un compromiso ineludible de la industria farmacéutica.

Los tiempos están cambiando. Están cambiando para la profesión farmacéutica, y también para la distribución, para la industria, para todos los agentes de la cadena del medicamento. Y en muchos sentidos, si no en todos, están cambiando para mejor, porque se está reforzando la posición del ciudadano como centro del sistema, no de forma retórica, sino de una manera práctica y concreta.

Las transformaciones han sido tan profundas que, en cierta forma, los profesionales farmacéuticos estamos teniendo que reinventar nuestra labor y función sanitaria, evolucionando desde los tiempos dominados por la formulación y los más recientes de eclosión del gasto en medicamentos, hasta un presente dinámico marcado por la Atención Farmacéutica, por nuestra participación en labores de seguimiento farmacoterapéutico, prevención y divulgación, etc., así como por nuestro compromiso con la sostenibilidad del sistema.

Para la industria, también éstos son tiempos distintos, tiempos que se alejan de la época dorada del mercado farmacéutico mundial, cuando este sector, con crecimientos anuales superiores al 12 por ciento, se mostraba como el más pujante del mundo, tanto por sus niveles de rentabilidad como por la evolución de sus cotizaciones bursátiles. Era la compensación que recibían las grandes industrias farmacéuticas por aportar soluciones satisfactorias a los nuevos desafíos de salud planteados en nuestra civilización o, al menos, en sus países más desarrollados.

Las cosas son diferentes hoy. La innovación farmacéutica aparece bastante estancada, incapaz todavía de consolidar un nuevo paradigma biofarmacéutico que tome el relevo del que tan buenos resultados le reportó en las últimas décadas del pasado siglo, y cuyo agotamiento está teniendo su correspondiente reflejo bursátil y su inevitable incidencia en los mercados, que han desacelerado intensamente sus ritmos de crecimiento. Eso, junto a la transferencia de las competencias sanitarias a ámbitos de decisión más próximos al ciudadano, crea un escenario totalmente diferente también para la industria, en el que situaciones del pasado que todavía se mantienen parecen tener próxima su fecha de caducidad.

Una de esas situaciones se relaciona con la falta de reciprocidad entre lo que la industria recibe de algunos mercados y sus contrapartidas en valores añadidos para el desarrollo económico, social y científico. Las grandes corporaciones farmacéuticas tienen en España un significativo volumen de negocio, sin que se les reprochase hasta ahora que su contribución al desarrollo local no se correspondiera con sus niveles de facturación. Después de todo, los laboratorios son empresas que se mueven según la lógica del mercado, y si esa lógica les permitía prescindir de una mayor implicación en el desarrollo económico y tecnológico de la sociedad española, mejor para ellos. El problema se plantea cuando la propia evolución de las sociedades impulsa nuevas demandas de responsabilidad social corporativa, como sucede especialmente en aquellos territorios europeos llamados a comprometerse con la denominada "Agenda de Lisboa".

Lo que consideramos desde el Consejo Andaluz de Colegios de Farmacéuticos, como muchos analistas internacionales, es que ese tipo de estrategias ya no podrán sostener el crecimiento de la industria, y que a los laboratorios ya no les bastará con el esfuerzo de promoción que vienen realizando. Es más, el ciudadano español ya no comprenderá que la industria farmacéutica gaste en nuestro territorio mucho más en publicidad y promoción que en I+D, como hasta ahora, y desde luego no comprenderá que la industria gaste en I+D en nuestro mercado mucho menos que en otros que le aportan menos volumen de negocio.

¿Por qué en España la industria farmacéutica sólo gasta en I+D un 4,9 por ciento de sus ventas interiores, cuando en Europa la media es casi de un 20 por ciento? Ésa es la pregunta que está en el aire en un mercado cada vez más sensibilizado ante la responsabilidad social corporativa, que implica que las empresas deben crecer en armonía y sostenibilidad con su entorno. Se impone, pues, un profundo cambio de disposición para los laboratorios que aspiran a seguir creciendo en España.

Ese cambio de actitud resulta aún más ineludible en Andalucía, donde la postergación en actividades farmacéuticas de I+D es doble: a la general de toda España se suma otra específica para Andalucía respecto al conjunto del Estado (como, por otra parte, también sucede en otros territorios). Nuestra comunidad representa casi el 20 por ciento del mercado farmacéutico nacional, y sin embargo recibe menos del 2 por ciento del gasto total en I+D que la industria realiza en nuestro país. En el Consejo Andaluz de Colegios de Farmacéuticos pensamos que ha llegado el momento de que la industria replantee sus prioridades y comprenda que su crecimiento futuro en Andalucía tiene que estar vinculado también a sus contribuciones al progreso económico y tecnológico de la sociedad andaluza, lo que pasa inevitablemente por su compromiso con la capacidad local de innovación y desarrollo tecnológico. Ha llegado el momento de que la industria farmacéutica se comprometa en la superación de la doble postergación de Andalucía en I+D, que por otra parte, también comienza a resultar una imposición de los cambios que se están produciendo en los equilibrios del mercado farmacéutico.

Esta invitación a la industria se incluye dentro de los contenidos propuestos por este Consejo Andaluz para el Contrato Social por la Farmacia Andaluza que hemos ofrecido a la sociedad civil andaluza y a todos los agentes implicados en el servicio farmacéutico, y tenemos la esperanza de que la industria asuma que sólo hay futuro para los laboratorios que logren ganarse la complicidad de aquellas sociedades que sustentan sus mercados principales.

Manuel Arenas, Presidente del Consejo Andaluz de Colegios de Farmacéuticos.

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Las industria farmacéutica tirita.

Según publica el blog http://etc.territoriocreativo.es/, Michael Moore, autor de documentales incendiarios como "Bowling for Columbine" (contra la cultura de las armas) y "Fahrenheit 9/11" (sobre el 11-S) o "Roger and Me" (sobre General Motors), pretende tocar el tema del sistema de salud pública y la industria farmacéutica en su próximo documental, que se titulará Sicko. Las grandes marcas de productos farmacéuticos parecen haberse puesto un poco nerviosas, según comenta AdAge.

El anuncio del rodaje del documental ha provocado diversas reacciones de las farmacéuticas, que creen que para criticar el sistema sanitario habría que hacer una investigación objetiva y bien fundada, algo que según ellas no se puede esperar de Moore. Un portavoz de una de las diez primeras farmacéuticas afirma que el documental será “parcial y tendencioso, como el resto de sus documentales”.

Los laboratorios Pfizer, AstraZeneca y GlaxoSmithKline han aconsejado a sus empleados que no se presten a hablar con Moore, cuando comience sus investigaciones para el documental. Otra empresa, que no ha querido revelar su nombre y que pertenece al top 10 de la industria farmaceútica, ha declinado participar en el documental pues este tipo de publicaciones no se relaciona con su línea editorial.

En tanto, Moore ha declarado que las empresas del sector se están cuidando mucho y que si se decidiera a tener familia jamás tendría que preocuparse por los problemas de salud, todos tendrían atención sanitaria gratuita.

El director ha declarado que “Sicko es una comedia que trata de 45 millones de personas que habitan el país más rico de la tierra y no tienen atención de salud”. Michael Moore ha reunido 19 mil cartas testimoniales de personas que relatan sus experiencias con el sistema de salud de Estados Unidos, y en esas historias basará el documental.

A mi me gustaría más que hiciera el documental en España.

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Continúa el conflicto de los trabajadores de propaganda médica.

La Asociación de Agentes de Propaganda Médica de la República Argentina (AAPM-CTA) ratificó la continuidad durante septiembre de su plan de lucha que determinó en asamblea medidas de fuerza y protestas progresivas que se llevarán a cabo debido a la falta de respuestas en paritarias de las tres Cámaras empresarias del sector CILFA y Cooperala(Laboratorias nacionales) y CAEME(Extranjeros). Esto se debe al fracaso en las paritarias entre las 3 cámaras empresarias farmacéuticas y los trabajadores de propaganda médica luego ya de 9 meses de negociaciones. Los principales reclamos de los trabajadores de propaganda médica de la industria farmacéutica continúan siendo aumento de salario básico hoy en 600 pesos, mejoras en las condiciones de trabajo, inclusión de cláusulas en género y discapacidad, recomposición salarial de 500 pesos para todos los trabajadores del sector, acceso a la información real de la productividad y ventas en base a lo cual se calculan los premios y comisiones, entre otros puntos convencionales. Mañana a las 12:30 horas habrá una nueva ronda de negociaciones. A su vez, el gremio AAPM confirmó para este miércoles al mediodía una reunión especial con la Comisión de Legislación Laboral de la Cámara de Diputados de la Nación que esta investigando la situación de la actividad, día en que también habrá una nueva cita paritaria en el Ministerio de Trabajo de la Nación(sede Callao). No se descarta un paro de actividades para trabar el sistema de comercialización de medicamentos de la industria y escraches a Congresos impulsados por los laboratorios.

"Los datos históricos marcan un gran retroceso en los derechos laborales y salariales para el sector", confirmó Secretario General Adjunto de la Asociación de Agentes de Propaganda Médica(AAPM-CTA), Ricardo Peidro. En 1975 la AAPM firmó su última paritaria considerada como tal, incluyendo los items salariales y de condiciones de trabajo, disponiendo de la categoría de salarios complejos (integrados por diferentes variables). Entre 1989 y 1992 hubo paritarias en las que sólo se logró acordar mejoras en la grilla salarial a los efectos indemnizatorios. Desde entonces la industria farmacéutica se niega a poner en discusión salarios y condiciones de trabajo.

“No podemos creer tanta autoritarismo desde las Cámaras empresarias. En la reunión de paritarias no vieron a mejorar las condiciones laborales y salariales sino a decirnos que no quieren distribuir las ganancias con los trabajadores. O se, más de lo mismo: su no a dialogar ni a negociar. Esta claro que no podemos dar un paso atrás en la defensa de nuestros derechos y lograr un Convenio Colectivo de trabajo que contenga todas nuestras demandas. A su vez, avanzaremos en un plan de denuncias sobre las irregularidades y fraudes de la industria farmacéutica que tenemos constatados. Avazaremos en profundizar el plan de lucha y no descartamos ninguna medida de fuerza o acción”, consideró Secretario General Adjunto de la Asociación de Agentes de Propaganda Médica(AAPM-CTA), Ricardo Peidro.

"El diagnóstico es muy sencillo: estamos frente a la poderosa industria farmacéutica que desde la devaluación del 2002 hasta la fecha incremento sus facturaciones de 3300 a 6200 mil millones de pesos al año. Esto claramente arroja un nicho de ganancias extraordinarias para un sector que no quiere distribuir un mínimo de esa abultada rentabilidad para los trabajadores del sector. Meses negociando y como respuesta tenemos los oídos sordos de las 3 cámaras empresarias CAEME, CILFA y Cooperala. Incluso todos sabemos que durante los ´90 tuvieron costos congelados por la convertibilidad y de todos modos los medicamentos tuvieron un incremento exponencial de más del 150%. Esto demuestra que es una industria que tuvo un negocio super rentable durante la década pasada, y que a partir de la devalución redujo el volumen de ventas pero mantuvo ampliamente los márgenes de ganancias extraordinarias. Frente a este mapa, no dar un aumento salarial es sumamente injusto y resulta indignante para los trabajadores del sector por eso comenzamos un plan de lucha con acciones directas y no descartamos ninún tipo de medida de fuerza", adelantó el Secretario General Adjunto de la Asociación de Agentes de Propaganda Médica(AAPM-CTA), Ricardo Peidro.

"Hace más de 9 meses que venimos negociando sin ningún tipo de resultado concreto, inclusive trabando el correcto desarrollo de las paritarias para los trabajadores de propaganda médica. Hoy tenemos un salario básico de 600 pesos, que en realidad es el principal mecanismo para despidos baratos bajando los costos laborales. Pero además es una perfecta arma de disciplinamiento para atemorizar a los trabajadores AAPM para que no luchen por sus derechos, ya que su despido no le cuesta nada a los grandes laboratorios de la industria farmacéutica", explicó el Ricardo Peidro, referente de AAPM y Secretario de DD.HH. de la CTA.

La Asociación de Agentes de Propaganda Médica(AAPM) nuclea a 5000 trabajadores de propaganda ý visitadores médicos de todo el país. Tiene representación en todos los laboratorios nacionales(asociados a las cámaras empresarias CILFA y Cooperala) y en los extranjeros(CAEME). AAMP representa a los trabajadores de propaganda por ejemplo de Abbott, Roche, Roemmers, Bagó, Pfizer, Astra Zeneca, Merck, Boehringer Ingelheim, BAYER, Northia, entre otros. Sus referentes son el Secretario General Salvador Agliano y el Sec. Gral. Adjunto Ricardo Peidro, también Secretario de Derechos Humanos de la CTA Nacional. AAPM es un sindicato que pertenece a la Central de Trabajadores Argentinos (CTA).

Otra vez en la Argentina. En España, ¿están todos tan contentos?.

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35.000 personas mueren diariamente por falta de acceso a medicamentos existentes.

La organización humanitaria Médicos sin Fronteras denunció ayer que cada día mueren en el mundo más de 35.000 personas por falta de acceso a medicamentos existentes en los países llamados ricos, y lamentó que las compañías farmacéuticas pasan por alto las necesidades de los pacientes de países en vías de desarrollo porque las enfermedades que padecen "no son rentables". El capitalismo tiene sus reglas de oro, esa es una de ellas, un negocio que no obtenga beneficios, no se hace. Y ni la salud ni la educación son una excepción.

La organización humanitaria Médicos sin Fronteras denunció hoy que cada día mueren en todo el mundo más de 35.000 personas por falta de acceso a medicamentos existentes en los países ricos y lamentó que las compañías farmacéuticas pasan por alto las necesidades de los pacientes de países en vías de desarrollo porque las enfermedades que padecen "no son rentables".

Por ello, MSF reclamó en rueda de prensa a los Gobiernos que se reunirán el lunes en la Asamblea Mundial de la Salud que examinen la forma en que se prioriza y financia la investigación y desarrollo en materia de salud.

En este sentido, respaldó la resolución "histórica" presentada por Kenia y Brasil, en la que se propone la creación de grupos de trabajo para lograr un "marco global sobre I+D esencial en salud". Esta iniciativa obligaría a los Gobiernos a financiar públicamente y a través de alianzas público-privadas las necesidades prioritarias de los países más pobres, y se podrían producir nuevos fármacos para las llamadas enfermedades "olvidadas".

Según esta organización, las enfermedades olvidadas afectan sobre todo a los países en desarrollo y comercialmente "no representan un mercado viable para las compañías farmacéuticas". Sólo el uno por ciento de los medicamentos que han salido al mercado en las últimas tres décadas van dirigidos a tratar enfermedades olvidadas, como la enfermedad del sueño, el kala azar, el dengue o la tuberculosis. Además, el 90 por ciento del dinero que se gasta en investigación de salud se invierte en problemas de salud que afectan a menos del 10 por ciento de la población mundial.

El responsable de comunicación de MSF, Javier Sancho, explicó que el objetivo de la resolución es "no dejar la I+D en manos de compañías farmacéuticas privadas exclusivamente".

En este sentido, la portavoz de la campaña de acceso a medicamentos esenciales, Carmen Pérez, destacó el impulso dado en los últimos años a las PDP, consorcios públicos y privados que tienen como objetivo desarrollar nuevos medicamentos, pruebas diagnósticas y vacunas para enfermedades olvidadas. Se estima que en el próximo lustro podrían sacar al mercado cerca de una decena de medicamentos. Pérez lamentó que sólo el 18 por ciento de su financiación procede de los gobiernos y el resto, de organizaciones filantrópicas.

Reticencias

Sancho destacó que existen reticencias por parte de algunos países para sacar adelante esta resolución, así como por parte del propio Secretariado de la OMS, que trata de "frenar" su aprobación. En el caso del Gobierno español, la responsable de relaciones institucionales de MSF, Consuelo López Zúñiga, dijo que la posición es "bastante incierta" y que a día de hoy no ha habido respuesta a la solicitud de apoyo que le realizó Médicos sin Fronteras para la citada resolución. Por ello, instó al Ejecutivo español a apoyar esta iniciativa en línea con la política de cooperación impulsada por el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero.

Finalmente, MSF destacó que algunos ejemplos recientes han demostrado "hasta qué punto la voluntad política puede asegurar la asignación de recursos para investigar y desarrollar medicamentos". En concreto, se refirió al brote de SARS, la falsa alarma por el ántrax en Estados Unidos o la reciente amenaza de la gripe aviaria, "una urgencia que desafortunadamente desaparece cuando se trata de enfermedades de pacientes pobres de países en vías de desarrollo".


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Los peligros del márketing de la industria farmacéutica.

Los médicos estamos sometidos a una presión permanente de la industria farmacéutica para que prescribamos sus productos. Suelen utilizar un material y una bibliografía, en bastantes ocasiones, tendenciosa y de escaso o nulo valor científico: estudios no controlados, manipulación de gráficas, silencios respecto a efectos secundarios, ocultación de aquellos ensayos clínicos que no son claramente favorecedores y utilización abusiva de aquellos que le son favorables.

Resulta, por ello, cada vez más difícil mantener la objetividad frente a una presión de marketing tan determinante y bien planificada. De otra parte, delante de nosotros tenemos a los pacientes, y sus familias, con sus problemas de salud que demandan soluciones terapéuticas.

Internet ha abierto una “enciclopedia” sobre los distintos tratamientos en donde el control de calidad es totalmente ausente. La información se suele presentar como cierta y no todos los padres tienen la formación suficiente para poder discernir entre la verdad a medias, las mentiras descaradas y las limitaciones de algunas verdades.

Creo que el caso concreto de los psicoestimulantes y el TDAH, la administración sanitaria debería ser más intervencionista. El diagnóstico del TDAH es más que la presencia, o ausencia, de un determinado listados de síntomas o conductas. Si fuera así no sería necesario un especialista, ya que podría ser sustituido por un ordenador que, no solo proporcionaría el diagnóstico, sino que ya podría darnos por impresora la receta.

La presión de la industria farmacéutica para que los pediatras de Atención Primaria puedan realizar el diagnóstico de TDAH y prescribir los psicofármacos, me parece una medida peligrosamente frívola. Yo daría un solo argumento: Sabemos la alta comorbilidad que suele presentarse en el TDAH y para diagnosticarla se necesita de unos conocimientos de psicopatología infantil especializados.

Quiero concluir admitiendo que, si bien la prescripción a veces no está correctamente indicada, también es cierto que hay una cierta morbilidad que aún no está diagnosticada y que necesita de tratamiento.

Dr. Joaquín Díaz Atienza.

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La industria farmacéutica ha convertido problemas cotidianos en enfermedades.

Oviedo, Rafael SARRALDE


La industria farmacéutica ha convertido en gran negocio la promoción de nuevas enfermedades que hasta hace poco eran simples problemas asociados al hecho de vivir: el envejecimiento, la tristeza o la soledad. Esta tesis es el punto de partida de «La invención de trastornos mentales», un libro que se publicará en las próximas semanas de Marino Pérez y Héctor González, catedrático y profesor titular, respectivamente, de Psicología de la Universidad de Oviedo.

¿Existe paranoia, una obsesión desmedida por la salud?

HÉCTOR GONZÁLEZ: En cierto modo sí, porque se promocionan determinadas enfermedades. Ahora todo el mundo está enfermo. No hay nadie sano.

MARINO PÉREZ: A la gente le gusta plantear los problemas cotidianos en términos de trastornos psicológicos. Para que sea así influye la industria farmacéutica, interesada en enseñar a la gente a adoptar un lenguaje clínico para sus problemas y entender esos problemas como resolubles desde un punto de vista médico.

¿Por interés económico?

M.P.: Claro. Hay una disciplina llamada «marketing farmacéutico» cuyo objetivo expreso es promover medicamentos. A veces se promueven enfermedades que luego necesitarán los fármacos que curiosamente ofrecen las mismas empresas promotoras. La industria farmacéutica ha llegado a definir la timidez.

H.G.: Como fobia o ansiedad social. Pero nosotros entendemos que si una persona tiene fobia social, la mejor solución para superar sus problemas de timidez pasa por el análisis de sus relaciones interpersonales.

O sea, que los tímidos son un negocio.

M.P.: Al nombrar la timidez como fobia social ya se supone que tiene una categoría clínica y que precisa de medicación.

H.G.: Se habla sin criterios científicos de una base biológica de la timidez, de unas alteraciones cerebrales que hay que tratar con fármacos. Para algunas personas esos fármacos pueden ser terapéuticos pero para otras pueden ser contraproducentes.

¿De qué fármacos hablan?

Los antidepresivos, como el Prozac, son los más conocidos, pero también hay muchos antipsicóticos de nueva generación para prevenir posibles trastornos.

¿Qué les sugiere la sentencia de que la depresión va a ser la gran epidemia del siglo XXI?

M.P.: La depresión puede ser un trastorno diagnosticado con mucha frecuencia. Pero sabemos que eso se debe a una cultura de la enfermedad. La gente ha interiorizado un vocabulario en términos de depresión para entender los problemas cotidianos y concibe estos problemas como trastornos mentales que supuestamente tienen origen biológico y para los que la farmacología encuentra una solución mágica. Uno de los mercados que se está abriendo ahora es el de los psicofármacos en China. Se ha calculado que unos cien millones de chinos pueden estar deprimidos sin saberlo. Dentro de diez años, esos chinos van a aprender un lenguaje para descubrir su trastorno mental.

¿Vivimos en una sociedad sobremedicada?

H.G.: Sin duda. En España los psicofármacos se han convertido en los medicamentos más vendidos por detrás de los medicamentos para problemas cardiovasculares o la hipertensión.

M.P.: Hay una tendencia a convertir problemas normales en depresión. Antes era un trastorno más raro y menos grave. Se hablaba de trastorno depresivo. Tenía el rango de adjetivo, no de sustantivo como ahora. En los últimos veinte años, con el lanzamiento del Prozac, que se ha convirtió en fenómeno social, se extendieron los criterios de diagnóstico a la población en general. No dudamos de la existencia de la depresión sino que ésta se deba a una alteración bioquímica que no es conocida ni tampoco es necesario suponerla porque las propias condiciones de la vida tienen circunstancias que explican a menudo que uno tenga reacciones de tristeza o desánimo.

¿El Prozac es contraproducente?

H.G.: Puede causar una alteración excesiva, ataques de ira, inducir al suicidio. En Estados Unidos hay juicios por casos así.

M.P.: El Prozac fue vendido en su día como un medicamento limpio porque aparentemente no tenía efectos secundarios. Ahora se sabe que no es así.

H.G.: Se ha llegado a promocionar como una forma de vida que cambia la personalidad. Unos se hacen la cirugía para mejorar físicamente y otros toman el Prozac para mejorar psíquicamente.

La Viagra es otro medicamento «milagroso».

H.G.: Era una medicación para un trastorno específico (la disfunción eréctil) y ahora se utiliza como droga recreativa.

M.P.: Otro fenómeno del que hablamos es que hay medicamentos que no están diseñados para curar determinadas enfermedades sino para estar mejor que bien.

¿Interesa más el fármaco que el paciente?

M.P.: El clínico pregunta al paciente en función del fármaco. No se escucha al paciente, no interesan las circunstancias de su vida, sus problemas personales.

H.G.: Escuchar al paciente requiere mucho más esfuerzo. Además, a veces, el propio paciente está contento de concebir su problema en términos bioquímicos. De esta forma, quedan eximidos de la responsabilidad que ellos tienen acerca de cómo les va la vida. Piensan: «Algo va mal en mi cerebro y yo no tengo la culpa». Justifican lo que a uno le pasa por una causa moralmente neutra, que es el cerebro. Al final, culpar al cerebro tranquiliza al paciente, a su familia y al médico.

M.P.: Ocurre a menudo en la escuela, con el llamado trastorno de hiperactividad.

¿Otro problema inventado?

M.P.: Es otro problema desmesurado al convertirse en un asunto médico cuando no está clara su naturaleza.

H.G.: Cualquier niño con un problema escolar acaba siendo diagnosticado como hiperactivo y se le trata a base de fármacos. Hay un problema añadido: muchos de esos fármacos sólo se han probado hasta ahora con adultos y se desconocen los efectos en los niños. También se están dando antipsicóticos a niños de 4 años que son muy agitados en clase y que acaban siendo diagnosticados con trastorno bipolar.

¿Cuál es el peligro de medicar a niños tan pequeños?

H.G.: Muchos fármacos alteran el crecimiento y el desarrollo cerebral. Pueden ser muy tóxicos.

M.P.: Dan más problemas que remedios al sistema nervioso. Y tienen un problema social: impiden que los padres o el profesor adopten las soluciones relevantes para el desarrollo de la personalidad o para el futuro desarrollo de adultos responsables.

¿Su libro es un alegato contra la psiquiatría?

H.G.: No. En todo caso, sería un alegato contra la psiquiatría biológica.

M.P.: Es un libro contra determinada psiquiatría obcecada en entender los trastornos mentales como enfermedades y la medicación como su principal tratamiento. La psiquiatría es plural y en ella hay tendencias muy críticas con la psiquiatría biológica y que defienden un punto de vista psicosocial, un punto de vista contextual o ambiental, que es el que nosotros defendemos. También criticamos todo enfoque psicológico que trate de ser individualista e interiorista.

¿Cuánto dinero se mueve con todo este tinglado?

H.G.: Billones. Las farmacéuticas son un «lobby» de presión político e industrial. Todo es escandaloso. Se manipulan los ensayos clínicos, se ocultan los resultados de algunos fármacos, las estadísticas de gente que se suicida por culpa de algunos medicamentos, se vende gato por liebre a las mejores revistas médicas. Hasta un 50% de los artículos los firman escritores-fantasma, «free-lance» que cobran por lanzar un fármaco.

¿Ha disminuido nuestro nivel de tolerancia ante las frustraciones de la vida?

M.P.: Sin duda. Muchísima gente va por ahí diciendo que tiene o ha tenido depresión y se refiere a aspectos que la generación anterior no sólo consideraría normales sino como una oportunidad de madurar en la vida.

H.G.: Se habla del síndrome premenstrual: determinados problemas de ansiedad antes de la regla que acaban siendo tratados farmacológicamente. Lo increíble es que desde hace sesenta años no se han descubierto novedades farmacológicas que tengan eficacia.

M.P.: Desde los años ochenta, los fármacos de última generación son lanzamientos comerciales. No obedecen a descubrimientos médicos o científicos.


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